Reflexión al Evangelio | 5 de octubre | 27º Semana – Tiempo Ordinario – Año Par
MI PRÓJIMO ES AQUEL A QUIEN PUEDO AYUDAR
Reflexión Evangelio 5 de octubre
Reflexión Evangelio lunes 5 de octubre de 2020
Vigésima séptima semana / Tiempo Ordinario
Santa Faustina Kowalska, religiosa
Año Par
Introducción
La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de “prójimo” hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar.
Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros.
En fin, se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana.
Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde, encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios. (Papa Emérito Benedicto XVI, Encíclica “Deus caritas est”, n. 15.)
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 13, 34
R/. Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. R/.
EVANGELIO
San Lucas 10, 25-37
¿Quién es mi prójimo?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: «Maestro, ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?».
Jesús le dijo: «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El doctor de la ley contestó: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo».
Jesús le dijo: «Has contestado bien; si haces eso, vivirás».
El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».
Jesús le dijo: «Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo.
De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?». El doctor de la ley le respondió: «El que tuvo compasión de él». Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Para la reflexión personal
- El samaritano de la parábola no pertenecía al pueblo judío, pero hacía lo que Jesús pedía. ¿Hoy acontece lo mismo? ¿Conoces a gente que no va a la Iglesia pero que vive lo que el evangelio pide?
- ¿Quién es hoy el sacerdote, el levita y el samaritano?
Oración
Te pedimos, Señor Dios, aunque con mucha timidez, que abras nuestros ojos al mal que anida en nosotros mismos. Ayúdanos a ver que nosotros hacemos, a menor escala, en nuestros pequeños mundos el mal que recriminamos al gran mundo. Haznos ver que nosotros también somos pecadores, necesitados del gran perdón que benévolamente nos ofrece. Amén.