Miércoles de ceniza | Reflexión Evangelio 17 de febrero – Inicia de la Cuaresma
LA CUARESMA,
CAMINO DE AUTÉNTICA CONVERSIÓN
Miércoles de ceniza
Miércoles de ceniza
Reflexión Evangelio 17 de febrero
Miércoles 17 de febrero de 2021
Inicia el Tiempo de Cuaresma
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Sal 94,8)
R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón». R/.
EVANGELIO
Mateo 6, 1-6. 16-18
Tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Hoy, miércoles de Ceniza, volvemos a emprender, como todos los años, el camino cuaresmal animados por un espíritu más intenso de oración y de reflexión, de penitencia y de ayuno. Entramos en un tiempo litúrgico «fuerte» que, mientras nos prepara para las celebraciones de la Pascua —corazón y centro del año litúrgico y de toda nuestra vida—, nos invita, más aún, nos estimula a dar un impulso más decidido a nuestra vida cristiana.
Dado que los compromisos, los afanes y las preocupaciones nos hacen caer en la rutina y nos exponen al peligro de olvidar cuán extraordinaria es la aventura en la que nos ha implicado Jesús, necesitamos recomenzar cada día nuestro exigente itinerario de vida evangélica, recogiéndonos interiormente con momentos de pausa que regeneran el espíritu. Con el antiguo rito de la imposición de la ceniza, la Iglesia nos introduce en la Cuaresma como en un gran retiro espiritual que dura cuarenta días.
Al imponer sobre la cabeza la ceniza, el celebrante dice: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3, 19), o repite la invitación de Jesús: «Convertíos y creed en el Evangelio» (cf. Mc 1, 15). Ambas fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión. ¡Qué importante es escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo! El hombre contemporáneo, cuando proclama su total autonomía de Dios, se hace esclavo de sí mismo, y con frecuencia se encuentra en una soledad sin consuelo.
Por tanto, la invitación a la conversión es un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a fiarse de él, a abandonarse a él como hijos adoptivos, regenerados por su amor. La Iglesia, con sabia pedagogía, repite que la conversión es ante todo una gracia, un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. La conversión implica, por tanto, aprender humildemente en la escuela de Jesús y caminar siguiendo dócilmente sus huellas. Son iluminadoras las palabras con que él mismo indica las condiciones para ser de verdad sus discípulos.
En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia, haciéndose eco del Evangelio, propone algunos compromisos específicos que acompañan a los fieles en este itinerario de renovación interior: la oración, el ayuno y la limosna. En el Mensaje para la Cuaresma de este año, publicado hace pocos días, he querido reflexionar sobre «la práctica de la limosna
Sabemos que, por desgracia, la sociedad moderna está profundamente invadida por la sugestión de las riquezas materiales. Como discípulos de Jesucristo, no debemos idolatrar los bienes terrenales, sino utilizarlos como medios para vivir y para ayudar a los necesitados. Al indicarnos la práctica de la limosna, la Iglesia nos educa a salir al paso de las necesidades del prójimo, a imitación de Jesús, que, como afirma san Pablo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9).
«Siguiendo sus enseñanzas —escribí en el mencionado Mensaje—, podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos». Y añadí: «¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor» (n. 5). (Papa Emérito Benedicto XVI. Extracto de la Audiencia general, Miércoles de Ceniza, 6 de febrero de 2008.)
Para la reflexión personal
Volver el corazón a Dios, convertirnos, significa estar dispuestos a poner todos los medios para vivir como Él espera que vivamos, ser sinceros con nosotros mismos, no intentar servir a dos señores (Cfr. Mt 6, 24.)
Oración
Padre nuestro, tú que ves en lo escondido, sabes cómo rehúyo de lo escondido del corazón y cómo busco la admiración de los hombres. Tú sabes con qué frecuencia intentamos caminar por nuestros senderos egoístas. No nos permitas vivir y morir sólo para nosotros mismos o cerrar nuestros corazones a los otros. Ayúdanos a vernos a nosotros mismos y a la vida como dones tuyos. Haznos receptivos de tu palabra y de tu vida y haznos crecer en la mentalidad y actitudes de Jesucristo nuestro Señor. Amén.