Trigésimo Cuarto Domingo T. O. | Jesucristo Rey del Universo – Solemnidad
LA CRUZ: SIGNO PARADÓJICO DE SU REALEZA
Trigésimo Cuarto Domingo
Trigésimo Cuarto Domingo
Jesucristo Rey del Universo
Ultimo Domingo Tiempo Ordinario
Solemnidad – Ciclo B
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Mc 11. 9. 10)
R/. Aleluya, aleluya.
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! R/.
EVANGELIO
Juan 18, 33-37
Tú lo has dicho. Soy rey.
Lectura del santo Evangelio según san Juan
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?». Pilato le respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?».
Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí».
Pilato le dijo: «¿Conque tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de «rey», referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación.
Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión «rey de Israel» y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: «Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él» (Mt 27, 42).
La cruz: signo paradójico de su realeza
En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.» (Mt 28, 18).
Pero, ¿en qué consiste el «poder» de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa.
Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su «bandera», según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola.
¿a quién quiero seguir?
Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección.
Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia. (Papa Emérito Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 22 de noviembre de 2009)
Reflexión Trigésimo Cuarto Domingo
Para la reflexión personal
«Es necesario que Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y el acatamiento amoroso de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, para que obedezca y se identifique cada vez más plenamente con la voluntad divina; que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo.» Pío XI, Enc. Quas primas, cit.
Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.
Oración
Señor Jesús, tú te escondiste a los ojos de todos para orar al Padre en secreto, cuando la muchedumbre, maravillada y admirada por los milagros que realizabas, te buscaba para proclamarte rey. Sólo en la hora de la pasión, cuando todos te habían abandonado y ser proclamado rey ya no era motivo de jactancia, sino que se había vuelto para ti causa de condena, sólo entonces declaraste tu señorío universal. Obrando de este modo nos enseñaste con tu misma muerte que reinar es servir amando hasta la entrega total de nosotros mismos. Concédenos también reconocer tu realeza no de palabra, sino dejando crecer y dilatarse en nosotros tu Reino, para que seamos, en la historia, irradiación de tu presencia de paz y motivo de consuelo y esperanza para todos nuestros hermanos. Amén.
Evangelio XXXIII Domingo:
ESPERANZA EN UN MUNDO NUEVO
Por si no lo has visto
Tema #4:
Mensajes A La Iglesia Sobre El Misterio De Dios
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