Cristo Dirige Su Palabra A La Iglesia | Tema #3 | Curso de Apologética II – MEC
Cristo Dirige Su Palabra A La Iglesia
Cristo dirige su Palabra a la Iglesia. A partir de hoy, nos vamos a referir a lo que llamaremos la parte penitencial del libro del Apocalipsis, que corresponde a los capítulos 2 y 3 del libro, y que en nuestras Biblias aparece como las siete cartas a las iglesias.
El Cristo de la visión inaugural con el que terminamos el capítulo anterior de este curso, es el gran protagonista del libro del apocalipsis. El lector ha querido que la comunidad tome conciencia de que este Cristo, Señor, Sacerdote, que está presente en la comunidad cristiana, es alguien cercano a la iglesia. La comunidad ha tomado conciencia de ello, con el saludo litúrgico y con la visión inaugural.
En los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, este Cristo dirige su Palabra a la Iglesia. Y esta palabra se la va a dirigir para transformarla, porque la palabra del Señor transforma, cambia, renueva. Esta palabra no solamente acusa y denuncia el pecado, sino que, al dirigirle la palabra a su comunidad, esta comunidad quedará purificada por Cristo. Este es el sentido que tienen las llamadas siete cartas a las iglesias.
1. Parte Penitencial
a. Las siete cartas a las iglesias
Esta primera parte penitencial es necesaria porque la iglesia a partir del capítulo 4 del Apocalipsis, va a recibir constantemente una serie de símbolos, de mensajes y visiones que va a tener que interpretar y aplicar a su propia situación, y la iglesia tiene que estar preparada para eso, tiene que tener un corazón purificado, una mente limpia, estar en una apertura grande ante Cristo dirige su Palabra a la Iglesia, en una actitud de transparencia, de escucha.
Por lo tanto, antes de escuchar la palabra que va a empezar a dirigir Cristo en el Capítulo 4, la iglesia también tiene que purificarse.
Si nos damos cuenta, el libro del Apocalipsis va siguiendo un esquema muy similar al de la liturgia de la eucaristía. Hay un saludo inicial y a continuación viene un momento penitencial. Después de que la comunidad ha reconocido sus pecados, está purificada y dispuesta a escuchar la palabra de Dios, que es lo que viene a continuación en la liturgia eucarística.
Nos damos cuenta que es un esquema litúrgico muy similar al que todavía hoy tenemos en la misa.
El capítulo 2 y 3 está formado por siete mensajes dirigidos a siete iglesias distintas; pero antes hemos explicado el simbolismo del número siete. El siete en el Apocalipsis no tiene un valor de cantidad (de 1, 2, 3, 4, …hasta llegar a 7), sino que tiene un valor simbólico que significa totalidad. Siete cartas a siete iglesias, es el mensaje que Cristo el Señor le dirige a la iglesia de todos los tiempos y en todos los lugares.
Los siete mensajes tienen la misma estructura, es decir, la misma construcción, la misma fisonomía.
En este curso solamente explicaremos la primera carta a EFESO, ustedes por su parte lean las demás con la estructura que se les dará en la carta que comentaremos, porque se repiten en todas las mismas construcciones, todas tienen la misma estructura.
En las siete cartas encontramos un solo mensaje dirigido a la iglesia, solo que un mensaje que aparece dividido en siete grandes partes, pero dirigido a toda la iglesia.
Cada una de las cartas tiene seis partes en todos los casos:
1o. A quien se dirige, (Al Ángel de la iglesia de Éfeso, de Esmirna, etc.) o sea, el destinatario.
2o. La auto presentación de Cristo, (Esto dice el que tiene las siete estrellas en la mano derecha, el que tiene una espada aguda de dos filos en su boca, etc.)
3o. El examen de conciencia que Cristo le hace a la iglesia, (Conozco tu conducta, se cómo actúas, Cristo le pone a la iglesia delante sus obras.)
4o. La exhortación que Cristo le dirige a la iglesia después del examen de conciencia, (Le dice, arrepiéntete, mira de dónde has caído, vuelve a tu conducta primera, etc.)
5o. Una frase que se repite en todas las cartas: “El que tenga oídos, oiga lo que el espíritu dice a las iglesias.”, en todas las cartas se repite esto, y es una expresión que hace relación a lo que viene a partir del capítulo 4 del libro, donde Cristo en el Espíritu va a seguir hablando a la iglesia.
6o. Una promesa. La última parte es la promesa que Cristo le hace a la iglesia: “Al vencedor, le daré …, etc.”
1o. A quien se dirige
Ahora explicaremos la primera carta, la que Cristo dirige su Palabra a la Iglesia de EFESO.
La carta a la iglesia de Éfeso comienza así:
«Al Ángel de la Iglesia de Éfeso, escribe:» (Cfr. Ap. 2, 1)
¿Quién es este Ángel de la Iglesia?
Porque en todas las cartas aparece. Hay varias interpretaciones. Aquí estudiaremos tres de ellas, y luego sacaremos nuestra propia conclusión acerca de quién es ese Ángel de la Iglesia.:
– Primera: el Ángel de la Iglesia de Éfeso, se ha interpretado como un ser celestial que es protector de la iglesia.
– Segunda: El Ángel de la Iglesia se ha interpretado que es el Obispo, porque Angelos, en griego, de donde viene la palabra, significa simplemente mensajero. No tiene nada de sobre natural, Angelos o ángel es aquel que lleva un mensaje; por lo tanto, la segunda interpretación es alguien que le comunica el mensaje a la iglesia. En esta segunda interpretación, el Obispo, cabeza de la iglesia, es el ángel de la iglesia. Es aquel que tiene en primer lugar la obligación de dirigirle la Palabra a la Iglesia. Es el mensajero, el ángel.
– Tercera: El Angelos ten Ecclesia, o el Ángel de la iglesia es la misma iglesia, puesto que la iglesia es como un ángel, es decir como un mensajero que Dios ha enviado al mundo. La iglesia misma es el Ángel.
Aquí tenemos tres interpretaciones:
1o. Un Ángel protector, un ser intermedio entre Dios y el Hombre.
2o. El Obispo como primer mensajero que se dirige a la Iglesia.
3o. La iglesia misma como mensajera de Cristo en el mundo.
El que más se acepta hoy es el tercero.
El Ángel de la Iglesia de Éfeso es la Iglesia misma. Es como decir, la iglesia mensajera de Éfeso. Continúa diciendo:
«Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete candeleros de oro.» (Cfr. Ap. 2, 1)
2o. La auto presentación de Cristo
Antes de Cristo dirige su Palabra a la Iglesia, se presenta con toda la autoridad como lo hacía Yahveh en el Antiguo Testamento. Cuando los profetas hablaban en nombre de Yahveh utilizaban una fórmula: “Esto dice el Señor Yahveh “y luego venía la palabra de parte de Dios.
En el Apocalipsis no es Yahveh el que habla al pueblo de Israel, sino Cristo a la Iglesia; pero se utiliza la misma fórmula: Esto dice… y en vez de decir el Señor Yahveh, se presenta Cristo como «el que tiene las siete estrellas en su mano derecha.»
La estrella es una realidad que tiene algo de trascendente, pero que pertenece a este mundo. En este caso, la estrella es la iglesia.
Para el hebreo, la estrella es algo que está en el Cielo, en el mundo de Dios. La estrella es algo que pareciera estar en el mundo de Dios; pero realmente es algo que pertenece a nuestro mundo, al mundo de lo creado.
La Iglesia es así, tiene algo de trascendente, es el cuerpo de Cristo, es la Comunidad de los Hijos de Dios, es el Templo del Espíritu; pero caminando en este mundo, luchando en medio de las dificultades de la historia.
Este pueblo de Dios, este cuerpo de Cristo, este templo del Espíritu está sostenido por la mano derecha de Cristo. La mano derecha en la Biblia, cuando se aplica a Dios, es la mano del poder. Dios actúa con poder con su mano derecha.
Hay una frase del Éxodo, que es una frase técnica del libro donde dice que Dios sacó a su pueblo de la esclavitud con «brazo poderoso», con mano poderosa y brazo extendido. Yahveh sacó a Israel de Egipto con su brazo poderoso. Ahora es Cristo el que posee el brazo de Dios y con ese sostiene al pueblo, a la Iglesia.
Luego dice: «el que camina entre los siete candeleros de oro».
(Previamente explicábamos el simbolismo de los siete candeleros de oro.)
Siete candeleros son la plenitud de la iglesia en oración. Y de oro porque es el pueblo de Dios que está orando y celebrando la liturgia en presencia del Señor. Así como el candelero ardía en el Santo de los Santos en el Templo de Jerusalén.
Siete candeleros de oro
Se refiere a toda la iglesia cuando está celebrando la liturgia. Cristo en medio de esa Iglesia que celebra.
En Ap. 1,13 decía refiriéndose a esa figura humana: «en medio de los candeleros de oro». En el capítulo 2, 1 se agrega otro detalle interesante: Esta figura del hijo del hombre «camina entre los siete candeleros de oro».
Esto quiere decir que la presencia de Cristo en la Asamblea litúrgica no es una presencia estática, pasiva, sino una presencia activa, transformadora en medio de la iglesia cuando está celebrando la liturgia. Es como si Cristo estuviera moviéndose en medio de ella actuando y transformándola.
Lo que se intenta en la presentación que hace Cristo en cada carta, es que la Iglesia se dé cuenta de que quien le va a hablar le conoce y le ama. El Cristo que le va a hablar a la iglesia, es un Cristo que ama, protege y vive unido con la iglesia. La protege con la mano derecha, la conoce porque vive en medio de ella, la ama porque la transforma y la cuida.
3o. El examen de conciencia
Ap. 2:2, “Conozco tu conducta”. Esta frase en el original griego es muy rica porque, “conozco tu conducta” no es simplemente como nosotros conocemos el comportamiento de los demás. Aquí se da el verdadero conocer de Dios. En 1 Samuel 16 encontramos que cuando Samuel va a ungir a uno de los hijos de Jesé y llega David, el más pequeño, Dios le dice “este es” “no te fijes en las apariencias”; porque los hombres vemos las apariencias, pero el Señor ve el corazón del hombre.
Dios conoce de una manera auténtica y profunda como no conocemos nosotros.
En griego la frase conozco tu conducta se dice: «Ginozco ta erga», ginozco es el verbo conocer; pero en la Biblia «conocer», no es solamente conocer intelectualmente: Yo conozco donde está situada la parroquia de Santo Tomás, yo conozco a tal persona porque he hablado con ella.
Conozco, en la Biblia, implica una relación de comunión, de intimidad profunda. Conocer a alguien es casi ser amigo de él.
En el Antiguo Testamento el verbo conocer se utiliza para referirse a las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer: “Adán conoció a Eva, su mujer” cuando ha tenido relaciones íntimas con ella. El verbo conocer en el pensamiento hebreo es muy profundo.
Se conoce a alguien no cuando se le ha visto o se le ha oído, sino cuando se ha entablado con él un trato de amistad, de intimidad, de conocimiento muy profundo como en Jon. 10:14 “conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí” y no siguen la voz de los extraños. El buen pastor conoce a sus ovejas, las ama, y sus ovejas le conocen a él.
Aquí Cristo es el buen pastor que conoce a cada uno y conoce a la iglesia.
Pero dice «conozco tu conducta» Tu conducta no es simplemente tus obras exteriores.
En griego, el texto dice: ta erga, que es el plural de ergo que es más que conducta, es toda la actuación del hombre. De allí viene la palabra energía, enérgico. Es decir, el Señor no solamente conoce lo que yo hago, sino que conoce mis motivaciones interiores, sabe por qué lo hago, conoce las profundidades de mi ser, conoce la energía con que hago aquello. Es un conocimiento auténtico, profundo, además un conocimiento que no es solamente intelectual, sino un conocimiento amoroso, de trato, de intimidad.
«Conozco tu conducta», la Iglesia está ante alguien que le va a colocar frente a su propia verdad. Cristo va a hablar a la Iglesia y le va a decir lo que hace, para que la Iglesia se purifique y se convierta. Sería de esperar que el Señor comenzara echándole en cara sus pecados a la Iglesia, sin embargo, llama la atención que Cristo comienza así:
«Conozco tu conducta: tus fatigas, tu paciencia, sé que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia y haz sufrido por mi nombre sin desfallecer.» (Cfr. Ap. 2, 2-3)
Lo primero que Cristo pone delante de la comunidad es lo positivo que esa comunidad ha hecho, porque el Señor cuando nos conoce, conoce también lo positivo y lo bueno que hay en nosotros. Y le dice a la Iglesia, yo sé todo lo que has hecho por mi nombre: tus sufrimientos, tus fatigas, como has tratado a los que son apóstoles falsos, etc.
No desconoce nuestras buenas obras
Esto le da consuelo a la comunidad que está escuchando, le da alegría. Cristo dirige su Palabra a la Iglesia, con toda su gloria, como aquél que conoce verdaderamente, no desconoce nuestras buenas obras, nuestras buenas intenciones. Por eso decíamos que el verbo conocer, aplicado a Cristo indica un conocimiento total, de todo lo que somos.
Y a continuación dice: «Pero tengo contra ti…» (Cfr. Ap. 2, 4)
Esta es una Iglesia que ha hecho mucho, que ha trabajado, que no se ha cansado, que no ha desfallecido, que ha sufrido, que ha hecho muchas cosas por Cristo; pero Cristo le dice:
“Pero tengo contra ti que has perdido tu amor del principio.”
Esto es lo que el Señor le echa en cara a la Iglesia: Aquél amor ilusionado, lleno de frescura, amor de enamoramiento de los inicios, lo has ido perdiendo.
Te has perdido en el hacer cosas y has descuidado el amor por mí.
Oír esto en la boca de Cristo es tremendo. Recordemos que, para el Nuevo testamento, Cristo es el Esposo y la Iglesia la esposa; por lo tanto, a Cristo no le interesa tanto las obras de la comunidad, lo que hacemos, sino nuestra persona, la persona de cada uno de nosotros, eso es lo más importante. Y lo que tengo en tu contra, dice el Señor, es que has perdido el amor primero, el amor ilusionado, fresco de los comienzos.
Cristo le echa en cara a la Iglesia que a lo largo del tiempo ha ido haciendo cosas, pero a la vez ha ido descuidando la entrega personal, ha ido descuidando la relación intima, personal, de enamoramiento con su Señor y Esposo.
El Señor vuelve a enamorar a su pueblo
Esto recuerda palabras del profeta Oseas y Jeremías. También el pueblo de Israel cuando llegó a la tierra prometida se olvidó del Señor y se enamoró de otros Dioses, y el Señor tiene que volver a enamorar al pueblo, y le dice en Oseas 2,16: «Te llevaré al desierto y allí te hablaré al corazón.» Es el Señor que vuelve a enamorar a su pueblo.
El profeta Jeremías en el Capítulo 2, versículo 2, le dice al pueblo de parte de Dios: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, cuando me seguías por el desierto,» cuando empezaba la historia de la salvación, ahora te has vuelto ya una mujer madura que se va con otros amores, y has dejado aquél amor del noviazgo, aquél amor primero.
Esto que Cristo le echa en cara a la iglesia es terrible. Se parece a aquello de Martha y María: «Te afanas por muchas cosas, pero has descuidado lo más importante que es sentarte a los pies de Jesús y escuchar con amor su palabra y recibirla en el corazón». Estas descuidando lo importante, te estás perdiendo en el hacer cosas.
Por eso, San Juan de la Cruz con mucha sabiduría dirá: «Que aprovecha dar tú a Dios una cosa si él te está pidiendo otra.»
Lo importante no es solo hacer, sino hacer aquello que brota de mi amor por Cristo, y es aquello que concretamente él me va pidiendo. Lo importante, lo decisivo, lo primero, es ese amor esposa, ese amor de amistad de cada uno y de la Iglesia con Cristo. Esto se está perdiendo, por eso dice Cristo:
«Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.» (Cfr. Ap. 2, 5), vuelve a enamorarte de mí, con pasión, con frescura, con ilusión.
LA EXHORTACIÓN
Vuelve a entregarte tú, ya no quiero tus obras, te quiero a ti. Has hecho muchas cosas, pero ahora estás perdiendo la entrega personal, el amor primero. Esto es grave, porque si eso se pierde, tarde o temprano las obras también se van a perder. Lo primero es el SER de cada uno, el QUEHACER, brota en segundo lugar.
Ahora viene la exhortación:
«arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Si no, (es decir, si no cambias, si no te vuelves a enamorar como al principio,) iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes.» (Cfr. Ap. 2, 5)
Cambiaré tu candelero significa que la Iglesia vas a dejar de ser Iglesia. Cada uno, si no vuelve a recuperar el amor que ha ido perdiendo por Cristo, tarde o temprano va a dejar de ser iglesia, ya no será ese candelero que como iglesia que celebra está delante de Dios.
Aquí no es tanto la referencia a ser “luz del mundo” como en San Mateo, sino al hecho de ser candelero, ser iglesia que celebra. No tiene razón de ser una iglesia que no esté enamorada de Cristo. Ya no tiene razón de ser un cristiano que ha perdido su amor primero por el Señor.
«Tienes en cambio a tu favor que detestas el proceder de las nicolitas, (una secta) que yo también detesto.» (Cfr. Ap. 2, 6)
Termina la carta diciendo:
«El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.» (Cfr. Ap. 2, 6)
Esta es una invitación a abrir el corazón a aquello que interiormente va resonando en este curso en cada corazón nuestro, que es lo que el Espíritu nos va diciendo.
una promesa:
«al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios.» (Cfr. Ap. 2, 7)
Esta es una promesa de salvación al final de la carta.
Esta es la carta a Éfeso: Cristo dirige su Palabra a la Iglesia. Una palabra que la cuestiona, que la pone delante de su realidad, pero que también la transforma y la invita a cambiar. Ahora nos toca a nosotros leer y descubrir el mensaje de las otras 6 cartas.
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