Jueves Octava de Navidad | Reflexión 30 de diciembre – Ciclo A, B y C
LA MUJER EN LA DIFUSIÓN DEL EVANGELIO
Jueves Octava de Navidad
Jueves Octava de Navidad
Reflexión 30 de diciembre
Ciclo A, B y C
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
R/. Aleluya, aleluya.
Un día sagrado ha brillado para nosotros. Vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra. R/.
EVANGELIO
Lucas 2, 36-40
Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Israel.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño, se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
[…] El primado de Cristo no anula, sino que sostiene y exige el papel propio e insustituible de la mujer. Implicando a su madre en su sacrificio, Cristo quiere revelar las profundas raíces humanas del mismo y mostrar una anticipación del ofrecimiento sacerdotal de la cruz.
La intención divina de solicitar la cooperación específica de la mujer en la obra redentora se manifiesta en el hecho de que la profecía de Simeón se dirige sólo a María, a pesar de que también José participa en el rito de la ofrenda.
La conclusión del episodio de la presentación de Jesús en el templo parece confirmar el significado y el valor de la presencia femenina en la economía de la salvación. El encuentro con una mujer, Ana, concluye esos momentos singulares, en los que el Antiguo Testamento casi se entrega al Nuevo.
Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmente importante en el pueblo elegido, pero su vida parece poseer gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama «profetisa», probablemente porque era consultada por muchos a causa de su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo la inspiración del Espíritu del Señor.
Ana era de edad avanzada, pues tenía ochenta y cuatro años y era viuda desde hacía mucho tiempo. Consagrada totalmente a Dios, «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones» (Lc 2, 37). Por eso, representa a todos los que, habiendo vivido intensamente la espera del Mesías, son capaces de acoger el cumplimiento de la Promesa con gran júbilo. El evangelista refiere que, «como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios» (Lc 2, 38).
La mujer en la difusión del Evangelio
Viviendo de forma habitual en el templo, pudo, tal vez con mayor facilidad que Simeón, encontrar a Jesús en el ocaso de una existencia dedicada al Señor y enriquecida por la escucha de la Palabra y por la oración.
En el alba de la Redención, podemos ver en la profetisa Ana a todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia de Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que realiza su eterna misericordia.
Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viven intensamente ese don divino, comparten con María y José la alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambiente. De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al hablar de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una fe que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida.
La expresión de Lucas: «Hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2, 38), parece acreditarla como símbolo de las mujeres que, dedicándose a la difusión del Evangelio, suscitan y alimentan esperanzas de salvación. (San Juan Pablo II, Audiencia General. Miércoles 8 de enero de 1997)
Reflexión Jueves Octava de Navidad
Para la reflexión personal
El saberse hijo de Dios hace adquirir al cristiano, en todas las circunstancias de su vida, un modo de ser en el mundo esencialmente amoroso, que es una de las manifestaciones principales de la virtud de la fe; el hombre que se sabe hijo de Dios no pierde la alegría, como no pierde la serenidad. Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.
Oración
Señor Jesús, tú escogiste la opción de vivir con nosotros la experiencia humana en el seno de una familia sin apariencias, ni prestigio, ni riqueza. Concédenos la gracia de saber aceptar nuestras debilidades humanas y nuestra pobreza espiritual, sin renunciar, sin embargo, a la búsqueda permanente de tu sabiduría y de tu Palabra. No queremos confundirnos con la parte del mundo que te rechaza o te persigue, aunque sabemos que esto exigirá de nosotros no pactar con compromisos, incluso al precio del sufrimiento y la persecución. Amén.
Te invitamos a ver
Concierto Navideño MEC 2021,
Ministerio de Alabanza San José
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