Perdona nuestras ofensas
Al final del Padre Nuestro (ver Mateo 6, 12), Jesus nos entrega una petición que nos puede incomodar, ya que contiene un condicionante: “Si perdonan, también serán perdonados; si no perdonan, tampoco serán perdonados”.
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El Papa Francisco en su catequesis del 19 de Abril de 2019 nos dice: “Lo mismo que necesitamos el pan, así necesitamos el perdón. Y esto cada día.”
“La actitud más peligrosa de toda vida cristiana ¿cuál es? Es la soberbia. Es la actitud de quien se coloca ante Dios pensando que siempre tiene las cuentas en orden con Él: el soberbio cree que hace todo bien.”
Papa Francisco. Catequesis del 19 de Abril de 2019
HAY PECADOS QUE SE VEN Y PECADOS QUE NO SE VEN.
Hay pecados flagrantes que hacen ruido, pero también hay pecados tortuosos, que se anidan en el corazón sin que nos demos cuenta. El peor es la soberbia que también puede contagiar a las personas que viven una vida religiosa intensa. (…) El pecado divide la fraternidad, el pecado nos hace suponer que somos mejores que los demás, el pecado nos hace creer que somos similares a Dios.
San Juan, en su Primera Carta, escribe: «Si decimos no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jon 1: 8). Si quieres engañarte, di que no tienes pecados: así te engañas.
Somos deudores sobre todo porque en esta vida hemos recibido mucho: la existencia, un padre y una madre, la amistad, las maravillas de la creación … Incluso si a todos nos toca pasar días difíciles, siempre debemos recordar que la vida es una gracia, es el milagro que Dios ha sacado de la nada.
“no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.”
Catecismo de la Iglesia Católica #2840
En segundo lugar, somos deudores porque, aunque consigamos amar, ninguno de nosotros puede hacerlo solamente con sus propias fuerzas. El amor verdadero es cuando podemos amar, pero con la gracia de Dios.
Ninguno de nosotros brilla con luz propia. Es lo que los antiguos teólogos llamaban un «mysterium lunae» no solo en la identidad de la Iglesia, sino también en la historia de cada uno de nosotros. ¿Qué significa este mysterium lunae«? Que es como la luna, que no tiene luz propia: refleja la luz del sol. Tampoco nosotros tenemos luz propia: nuestra luz es un reflejo de la gracia de Dios, de la luz de Dios. Si amas es porque alguien, que no eras tú, te sonrió cuando eras un niño, enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguien a tu lado te despertó al amor, haciendo que entendieras que en él reside el sentido de la existencia.
Y este es el misterio de la luna: amamos, ante todo, porque hemos sido amados, perdonamos porque hemos sido perdonados. Y si alguien no ha sido iluminado por la luz solar, se vuelve tan frío como la tierra en invierno. Nos dice el Papa Francisco.
Debemos entender que el perdón no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad, nos dice el Padre Ernesto María Caro. Perdonar es la decisión que el hombre toma de no reaccionar conforme al sentimiento, (agresión, violencia, ira) sino por el contrario, busca una reacción que lo haga desaparecer (sonrisa, servicio, cortesía).
Para Cristo nuestra relación con Dios incluye otros protagonistas, que algunas veces no serán de nuestro agrado: los demás. Y Jesús quiere asegurarse que van a ser tomados en cuenta.
«Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti.»
San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino 452