Reflexión Evangelio 14 de febrero | VI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
VINO A CURAR LA LEPRA DEL ALMA
Reflexión Evangelio 14 de febrero
Reflexión Evangelio 14 de febrero
Domingo 14 de febrero de 2021
VI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Lc 7, 16)
R/. Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R/.
EVANGELIO
Marcos 1, 40-45
La lepra se le quitó, y quedó limpio
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: «Si tú quieres, puedes curarme». Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: «¡Sí quiero: Sana!». Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: «No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés». Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
En estos domingos, el evangelista san Marcos ha ofrecido a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una muy singular, la de un leproso sanado (cf. Mc 1, 40-45), que se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús le dijo al leproso: «Queda limpio».
Según la antigua ley judía (cf. Lv 13-14), la lepra no sólo era considerada una enfermedad, sino la más grave forma de «impureza» ritual. Correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar impuro al enfermo, el cual debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de los poblados, hasta su posible curación bien certificada. Por eso, la lepra constituía una suerte de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección.
En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el salmista exclama: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado». Y después, dirigiéndose a Dios, añade: «Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Sal 32, 1.5).
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que «cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores» (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.
En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz. (Papa Emérito Benedicto XVI. Ángelus 15 de febrero de 2009)
Para la reflexión personal
La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. (Encíclica «Lumen fidei / La Luz de la fe», § 56-57)
Oración
Señor tú nos invitas a mancharnos, a conocer de primera mano el dolor y la frustración de tantos. Quizá muchos ya no se nos acerquen, pero de una manera o de otra, nos están diciendo: «Si quieres… puedes limpiarme». Tal vez no podamos realmente limpiarle, pero que cuenten con una presencia que acompañe, con una lámpara que les ayude a caminar. Creemos, Señor, pero aumenta la fe en nosotros, para que, creyendo cada vez más, esperemos también cada vez más y, esperando cada vez más, amemos también más. Amén.
Reflexión Evangelio 7 de febrero, V Domingo del Tiempo Ordinario
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