Reflexión Evangelio 5 de febrero | Semana IV Tiempo Ordinario, viernes – Año Impar
TESTIGOS DE LA VERDAD
Reflexión Evangelio 5 de febrero
Reflexión Evangelio 5 de febrero
Santa Águeda de Catania, virgen y mártir
Viernes 5 de febrero de 2021
Semana IV del Tiempo Ordinario, viernes – Año Impar
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cf. Lc 8, 15)
R/. Aleluya, Aleluya
Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la palabra de Dios y dan fruto perseverando.
EVANGELIO
Marcos 6, 14-29
Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado
Lectura del santo evangelio según san Marcos
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían:—«Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él». Otros decían: —«Es Elías». Otros: —«Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: —«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: —«Pídeme lo que quieras, que te lo doy». Y le juró: —«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre: —«¿Qué le pido?». La madre le contestó: —«La cabeza de Juan, el Bautista».
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: —«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor.
Reflexión
“Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.” (Mt 5,11-12) Estas palabras de Cristo se aplican de maravilla a innumerables testigos de la fe del siglo que acaba: fueron perseguidos e insultados pero no se doblegaron en ningún momento ante las fuerzas del mal.
Allí donde el odio parecía contaminar toda la vida sin posibilidad de escapar a su lógica, ellos mostraron que “el amor es más fuerte que la muerte” (Ct 8,6) En los nefastos sistemas de opresión que desfiguraron al hombre, en los lugares de sufrimiento, en medio de las privaciones durísimas, a lo largo de marchas interminables y agotadoras, expuestos al frío, al hambre, a las torturas, agobiados por toda clase de sufrimientos, creció su firme adhesión a Cristo muerto y resucitado.
Muchos rehusaron doblegarse al culto a los ídolos del siglo veinte y fueron sacrificados por el comunismo, por el nazismo, por la idolatría del estado y de la raza. Muchos otros sucumbieron en el curso de guerras étnicas y tribales porque rechazaron una lógica extraña al evangelio de Cristo. Algunos murieron porque seguían el ejemplo del Buen Pastor y prefirieron quedarse con el rebaño de sus fieles, despreciando las amenazas.
En cada continente, a lo largo de este siglo, se han levantado personas que prefirieron ser asesinadas antes de abandonar su misión. Religiosos y religiosas han vivido su consagración hasta el derramamiento de la sangre. Creyentes, hombres y mujeres, murieron ofreciendo sus vidas por amor a los hermanos, particularmente por los más pobres y los más débiles. “Aquel que ama su vida, la perderá, pero el la que pierde por mí, la ganará.” (Jn 12,25) (San Juan Pablo II. Homilía 7 de Mayo de 2005)
Para la reflexión personal
«El Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes» (San Josemaría Escrivá, Surco, n. 416.)
Oración
Señor, tú eres nuestra vida, tú nuestra santificación y nuestra inexpresable alegría, y cuando nos consideres dignos de sufrir algo por la fe, haz que, siguiendo el ejemplo de los santos, no nos echemos atrás vilmente, sino que seamos capaces de renunciar a todo, que seamos capaces de padecer y ofrecer todo, con tal de no traicionarte, con tal de no vivir como si nunca te hubiéramos conocido y como si nunca hubiéramos experimentado lo fuerte que es tu amor por nosotros. Amén