Sábado después de ceniza | Reflexión Evangelio 20 de febrero – Cuaresma
LA MISERICORDIA PASA POR MI VIDA
Sábado después de ceniza
Sábado después de ceniza
Reflexión Evangelio 20 de febrero
Sábado 20 de febrero de 2021
Tiempo de Cuaresma
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Ez 33, 11)
R/. Honor y gloria a ti. Señor Jesús.
No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor. R/.
EVANGELIO
Lucas 5, 27-32
No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano, llamado Leví (Mateo), sentado en su despacho de recaudador de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: «¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?». Jesús les respondió: «No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
En el brevísimo v 28 aparecen tres verbos significativos: «dejándolo todo», toda atadura, toda cadena o peso, «se levantó» (anastás: en griego es el mismo verbo usado para la resurrección de Jesús) «y lo siguió». La liberación y la resurrección a una nueva vida se orientan a seguir a Jesús, a la misión. Leví no desaprovecha la ocasión del paso de la misericordia en su vida, en su casa, y quiere compartir con los demás la alegría de este encuentro desconcertante, para que se convierta en acontecimiento de gracia para muchos: por eso prepara «un gran banquete», reúne a una multitud (v 29).
El hombre pecador es llamado por la Misericordia a la conversión para gustar la comunión con Dios. Enfermo en lo hondo del corazón, languidece buscando en el atolondramiento de los sentidos o de la superactividad el paliativo a la angustia que le devora interiormente, quizás sin saberlo.
Si no me reconozco a mí mismo en ese hombre pecador, herido, no es para mí la fiesta del perdón, la alegría de la curación. Continuaré sentándome en la mesa de la gente «de bien», sin contaminarme con la suciedad moral y material de los otros, sin dejar que me inquiete el Amor que va en busca de quien está llagado interior-mente para sanarlo.
Por medio del profeta Isaías, Dios nos ha pedido compartir. En el Evangelio lo vemos encarnado: Jesús mismo ha compartido hasta el extremo, saciando con la propia vida al hambriento de justicia-santidad. La comunión que el Señor nos invita a construir entre nosotros tiene un precio elevado, que él ha pagado totalmente solo: asume todo el dolor del otro, aun el sufrimiento más desolador y que menos se nota, el del pecado. Si reconozco ser yo el pecador sanado de sus heridas, no buscaré más -tanto para mí como para los míos- que el abrazo infinitamente misericordioso de esas manos crucificadas. (Lectio Divina. Zevini – Cabra)
Para la reflexión personal
«He hallado un médico que habita en el Cielo, pero que distribuye sus medicinas en la tierra. Solo Él puede curar mis heridas, porque no las padece; solo Él puede quitar del corazón la pena y del alma el temor, porque conoce las cosas más íntimas» (San Ambrosio, Obispo de Milán)
Oración
Padre misericordioso, hemos recibido tu perdón, has tocado nuestros corazones y estamos deseosos de seguirle. Pero somos débiles y frágiles; por eso te pedimos: Que el pan de vida y el vino de fortaleza con que nos alimentas en cada Eucaristía, nos sostenga en el camino hacia ti. Tu quieres que cada uno sea signo e instrumento de tu bondad con los demás, instrumentos para restaurar a nuestros hermanos por medio de nuestra bondad, siendo generosos con los demás. Que, conforme a tu promesa y con tu poder, lleguemos a ser luz para los que viven en tinieblas, agua para los sedientos,
constructores de esperanza y felicidad para todos. Amén.