Trigésimo Domingo Tiempo Ordinario | Reflexión Evangelio 24 de octubre – Ciclo B
LA ORACIÓN DE PETICIÓN ES MUY NOBLE
Trigésimo Domingo
Trigésimo Domingo
Reflexión Evangelio 24 de octubre de 2021
Tiempo Ordinario – Ciclo B
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. 2 Tm 1, 10)
R/. Aleluya, aleluya.
Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio. R/.
EVANGELIO
Marcos 10, 46-52
Maestro, que pueda ver.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Marcos
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo entonces y dijo: «Llámenlo». Y llamaron al ciego, diciéndole: «¡Animo! Levántate, porque él te llama». El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Vete; tu fe te ha salvado». Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión
La oración del «Padre nuestro» hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Por ejemplo, nos hace pedir el pan, el pan cotidiano: petición no sencilla pero esencial, que dice que la fe no es una cuestión «decorativa», separada de la vida, que interviene cuando se han cubierto todas las demás necesidades. Si acaso, la oración comienza con la vida misma. La oración —nos enseña Jesús— no inicia en la existencia humana después de que el estómago está lleno: sobre todo anida en cualquier parte que haya un hombre, cualquier hombre, que tiene hambre, que llora, que lucha, que sufre y se pregunta «por qué».
Nuestra primera oración, en un cierto sentido, ha sido el vagido que acompañó la primera respiración. En ese llanto de recién nacido se anunciaba el destino de toda nuestra vida: nuestra continua hambre, nuestra continua sed, nuestra búsqueda de felicidad. Jesús, en la oración, no quiere apagar lo humano, no quiere anestesiar. No quiere que modifiquemos las preguntas y peticiones aprendiendo a soportar todo. En cambio, quiere que cada sufrimiento, cada inquietud, se lance hacia el cielo y se convierta en diálogo. Tener fe, decía una persona, es acostumbrarse al grito.
Como el Bartimeo
Deberíamos ser todos como el Bartimeo del Evangelio (cf. Marcos 10, 46-52) —recordemos aquel pasaje del Evangelio, Bartimeo, el hijo de Timeo— ese hombre ciego que mendigaba a las puertas de Jericó. En torno a él había mucha gente buena que intentaba hacerle callar: «¡Pero estate callado! Pasa el Señor. Estate callado. No molestes. El maestro tiene tanto que hacer; no lo molesten. Eres molesto con tus gritos. No molestes». Pero él, no escuchaba aquellos consejos: con santa insistencia pretendía que su mísera condición pudiera finalmente encontrar a Jesús y gritaba más fuerte.
Y la gente educada: «Pero no, es el Maestro, ¡por favor!, ¡estás dando una mala impresión!» y él gritaba, porque quería ver, quería ser sanado: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Jesús le devuelve la vista y le dice: «tu fe te ha salvado» (v. 52), casi explicando que lo decisivo para su sanación fue aquella oración, aquella invocación gritada con fe, más fuerte que el «sentido común» de tanta gente que quería hacerlo callar.
La oración no solo precede a la salvación, sino que, de alguna manera, la contiene ya, porque libera de la desesperación de quien no cree en una vía de salida de tantas situaciones insoportables. Por supuesto, los creyentes también sienten la necesidad de alabar a Dios. Los Evangelios nos devuelven la exclamación de alegría que brota del corazón de Jesús, llena de asombro con gratitud al Padre (cf. Mateo 11, 25-27). Los primeros cristianos incluso sintieron la necesidad de agregar al texto del «Padre nuestro» una doxología: «porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos» (Didaché, 8, 2).
La Oración de petición
Pero ninguno de nosotros está obligado a abrazar la teoría que alguien adelantó en el pasado, es decir, que la oración de petición es una forma débil de fe, mientras que la oración más auténtica sería la alabanza pura, la que busca a Dios sin la carga de ninguna petición. No, esto no es cierto. La oración de petición es auténtica, es espontánea, es un acto de fe en Dios que es el Padre, que es bueno, que es omnipotente. Es un acto de fe en mí, que soy pequeño, pecador, necesitado. Y por eso, la oración para pedir algo es muy noble.
Dios es el Padre que tiene una inmensa compasión de nosotros y quiere que sus hijos le hablen sin miedo, directamente llamándolo «Padre»; o en las dificultades diciendo: «Pero Señor, ¿Qué me has hecho?». Para eso le podemos contar todo, también las cosas que en nuestra vida parecen torcidas e incomprensibles. Y nos ha prometido que estaría con nosotros para siempre, hasta el último de los días que pasemos en esta tierra. Recemos el Padre nuestro, comenzando así, simplemente: «Padre» o «Papá». Y Él nos entiende y nos ama tanto. (S.S. Papa Francisco. Audiencia General. Miércoles, 12 de diciembre de 2018)
Reflexión Trigésimo Domingo Tiempo Ordinario
Para la reflexión personal
«Éramos nosotros los que teníamos que ir a Jesús; pero se interponía un doble obstáculo. Nuestros ojos estaban ciegos (…). Nosotros yacíamos paralizados en nuestra camilla, incapaces de llegar a la grandeza de Dios. Por eso nuestro amable Salvador y Médico de nuestras almas descendió de su altura» San Bernardo, Sermón I domingo de Adviento, 78.
Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.
Oración
Nada pudo apartar a Bartimeo de su deseo de acercarse al Señor. Ni el qué dirán ni el hecho de que lo que pedía era algo humanamente imposible de lograr. Señor, permite que pueda tener ese celo, esa seguridad. Dame la gracia de vivir con la inquietud, con la sed, con el ansia de participar en tu Eucaristía, porque la fe no es algo que yo pueda conseguir, por más empeño que ponga. La fe es un regalo, un don que debo pedir humilde y constantemente en mi oración. Amén.
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