Orientación Semanario 23 de octubre de 2022
Palabras de agradecimiento por Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, a su Santidad el Papa Francisco por la Beatificación de nuestros Mártires
Dios que es todo amor y misericordia nos ha permitido estar aquí una vez más frente a usted, lo cual para nosotros constituye una enorme bendición; y esta bendición tiene lugar precisamente este día 14 de octubre, cuando se cumple, el cuarto año de la Canonización de nuestro amado Monseñor Oscar Romero. Es verdaderamente providencial y por ello, con suma alegría, en nombre de nuestra Provincia Eclesiástica de El Salvador, mis hermanos Obispos, Sacerdotes, Religiosas, Religiosos y de todo el pueblo salvadoreño, pues con nosotros también está una Delegación del gobierno de El Salvador, encabezada por el Señor Vicepresidente de la República. Le expresamos Santo Padre, nuestro más profundo agradecimiento por su gran bondad y su ferviente afecto e interés para con la Causa de Beatificación de nuestros mártires, el Padre Rutilio Grande, el Padre Cosme Spessotto, el Señor Manuel Solórzano y el joven Nelson Rutilio Lemus cuyo testimonio de vida es recordado con amor y respeto.
Ahora, en nuestro país podemos hablar de un camino de la mano ya no solo de nuestro amado Obispo, profeta y mártir San Oscar Arnulfo Romero, sino también de nuestros cuatro Beatos que, nos han acompañado providencialmente en el duro trayecto de estos últimos años marcados por hitos históricos sin precedentes, algo sobre lo cual aquí frente a usted, el Vicario de Cristo, le expresamos brevemente, con ese cariño y confianza que los hijos sienten para con su padre.
En primer lugar, le contamos que el año 2020 fue declarado por nosotros, los Obispos de El Salvador – aquí presentes todos – Año Jubilar de los Mártires. Declaración que tuvo lugar semanas antes del inicio de la pandemia del COVID-19. Las actividades programadas para celebrarse durante dicho año fueron suspendidas a causa de la pandemia. En su lugar, vivimos la mayor parte del año en confinamiento para evitar un mayor número de contagios. El momento fue oportuno para recordar a nuestros mártires en un ambiente de oración, lectura y meditación de la Palabra. Nuestro país pasó con el Divino Salvador del Mundo y sus mártires por la cruz, para llegar este 2022 a su glorificación, siendo beatificados este 22 de enero.
En segundo lugar, le comentamos que su mensaje pronunciado el día de la oración por la salud del mundo y su bendición Urbi et Orbi que usted impartió en la Plaza de San Pedro el 27 de marzo de 2020, fue un aliciente para nuestro pueblo, como para el resto del mundo, estamos seguros. Sus palabras, meditando el Evangelio según San Marcos, capítulo cinco, versículo treinta y cinco, nos dieron fortaleza para continuar a pesar de nuestra fragilidad y desorientación. Usted nos recordó que somos importantes y necesarios para remar juntos en esta barca en la cual nos conducimos. De hecho, así sucedió. El pueblo salvadoreño bajo el amparo del Divino Salvador del Mundo y la intercesión de Nuestra Señora de la Paz remó con fuerzas superando todo tipo de escollos. Muchos hermanos, muchas hermanas partieron al cielo; pero, la nave continuó y este año hemos recibido los frescos aires de la bendición divina a través de su accionar Santo Padre, autorizando la Beatificación de nuestros cuatro Mártires; momento a partir del cual sentimos que nuestro país ha comenzado a vivir una nueva etapa histórica.
La calma ha retornado y sus efectos comienzan a sentirse cada día más; esta vez impregnado por el espíritu de Sinodalidad. Las actividades en la Iglesia comienzan como antes a celebrarse de forma festiva y multitudinaria. Ese fue el caso de la Semana Santa o las Fiestas de Nuestro Santo Patrono El Salvador del Mundo, y ahora todas las actividades pastorales y de la sociedad civil vuelven a la normalidad, gracias a Dios.
En tercer lugar, Santo Padre contarle que ahora, la Iglesia en El Salvador se prepara para celebrar con inmensa alegría – y consientes de las luces y sombras de su pasado – los 500 años de Evangelización. Y, sin duda, hoy, las figuras de nuestros Beatos, Padre Rutilio y El Padre Cosme se yerguen como los grandes paladines misioneros del siglo XX que amparados por los aires renovadores del Concilio Vaticano II dedicaron sus fuerzas a la evangelización de nuestros pueblos, por los más pobres. Evangelización y promoción de nuestros hermanos más necesitados que – mal entendida por las fuerzas oscuras de este mundo – los condujo al martirio. Ahora nos interpelan para continuar dicha evangelización y nos invitan a tomar en nuestras manos la misión permanente.
También, Santo Padre, queremos decirle, que como Provincia Eclesiástica, estamos iniciando el proceso de canonización de los sacerdotes, religiosas y hermanos laicos asesinados durante el conflicto armado que hemos vivido. Todos ellos gozan de respeto, estima y veneración del pueblo de Dios, el reconocimiento de su martirio por parte de la Iglesia también será una gran bendición. Le pedimos su beneplácito para que también ellos sean elevados a los altares.
Le reiteramos Santo Padre, nuestra profunda y eterna gratitud, nuestra total fidelidad, y nuestra continua oración por su Persona y su Ministerio Pastoral. Gracias por todo Santo Padre. Inclinados ante Usted con suma reverencia, le pedimos nos imparta su bendición para nuestro país y, para todos nosotros peregrinos de El Salvador.
Discurso del Santo Padre Francisco a la peregrinación de El Salvador
Queridos hermanos en el episcopado,Señor vicepresidente de la nación, su esposa,queridos hermanos en Cristo:
Agradezco a Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, sus amables palabras, y optimistas —por ahí demasiado—, y a todos ustedes la deferencia que han tenido en organizar esta peregrinación a la tumba de Pedro, para dar gracias a Dios por la beatificación de los mártires Rutilio Grande García, Cosme Spessotto, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio.
Los mártires, todos lo sabemos, son «un don gratuito del Señor», como afirmaba el beato Cosme Spessotto, el más precioso don que puede dar Dios a la Iglesia, pues en ellos se actualiza ese «amor más grande» que Jesús nos mostró en la cruz. Su sangre no se une a la del Salvador simplemente en virtud de la imitación del discípulo a su maestro, o del siervo a su Señor, sino que es una forma de unión mística, que los Padres han visto representada en las gotas de sangre que cubrieron el cuerpo de Jesús en Getsemaní (cf. San Agustín, Exposición del Salmo 85). Estas gotas, como rubíes bordados en el manto inconsútil de Jesús, son joyas preciosas por las que damos gracias en primer lugar a Dios. Él es quien los convocó a este combate, quien les dio la fuerza para alcanzar la victoria, y quien nos los presenta ahora para nuestra edificación y como camino a seguir, porque los problemas no terminaron, la lucha por la justicia y por el amor de los pueblos sigue. Y para luchar no bastan las palabras, no bastan las doctrinas, lo cual sí es necesario, pero no bastan; bastan testimonios, y eso es lo que tenemos que seguir. Por eso digo que son un regalo para nuestra edificación, un regalo inmenso, tanto para la Iglesia que peregrina en El Salvador, como para la Iglesia universal, y su significado quedará siempre en el misterio de Dios.
Esta realidad puede y debe ser profundizada en nuestras comunidades. Es interesante notar que el primer fruto de la muerte de los beatos fue el restablecimiento de la unidad en la Iglesia. Este hecho fue destacado por san Óscar Romero en la misa exequial del padre Rutilio Grande, 14 de marzo de 1977, cuando escribe emocionado cómo «el clero se apiña con su obispo», asumiendo que es en ese testimonio de unidad que «los fieles comprenden que hay una iluminación de la fe que nos va conduciendo, […] una motivación del amor». Yo sentí mucho la vida de estos mártires, la viví mucho, viví el conflicto de pro y contra. Y es una devoción personal: a la entrada de mi estudio tengo un pequeño cuadrito con un pedazo del alba ensangrentada de san Óscar Romero y una catequesis chiquitita de Rutilio Grande, para que me hagan acordar que siempre hay injusticias por las que hay que luchar, y ellos marcaron el camino.
San Óscar Romero concluía su homilía diciendo: «comprendamos esta Iglesia, inspirémonos en este amor, vivamos esta fe y les aseguro que hay solución para nuestros grandes problemas». Hay solución. Me parece que este puede ser un buen itinerario para “rumiar” en la oración esta palabra que, mediante la sangre de estos testigos, Dios ha pronunciado a la Iglesia de El Salvador. Nuestras realidades no son seguramente las de aquel tiempo, pero la llamada al compromiso, a la fidelidad, a poner la fe en Dios y el amor al hermano en primer lugar, a vivir de esperanza, es intemporal, porque es el evangelio, un evangelio vivo, que no se aprende de los libros, sino de la vida de quienes nos han trasmitido el depósito de la fe.
En estos momentos en los que estamos llamados a reflexionar sobre la sinodalidad de la Iglesia, tenemos en estos mártires el mejor ejemplo de este «caminar juntos», pues el padre Grande fue martirizado mientras “caminaba hacia su pueblo” (cf. San Óscar Romero, Homilía 14 marzo 1977). Eso es lo que cada uno de ustedes, obispos, sacerdotes y agentes pastorales, piden hoy al Señor, ser como ese “sacerdote —Rutilio— con sus campesinos —los beatos Manuel y Nelson—, siempre de camino hacia su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos” (cf. ibíd). Ese mismo mensaje aparece en una homilía del padre Rutilio, cuando dice que este caminar juntos no puede conformarse con un “pasear” para conocer cosas nuevas, no es un pasear. No. Un pasear al santo en una imagen de devoción, por ejemplo, sino que implica, sobre todo, asumir el testimonio de la fe, la esperanza, el amor que este santo nos dejó en su vida.
El mensaje de estos mártires nos llama a identificarnos con su pasión que, como hemos dicho, es la actualización de la pasión de Cristo en el momento presente, abrazando la cruz que el Señor nos ofrece a cada uno personalmente. Y este proyecto de camino, de camino espiritual, de oración, de lucha, a veces tiene que tomar la forma de la denuncia, de la protesta, no política, nunca, evangélica siempre. Mientras haya injusticias, mientras no se escuchen los reclamos justos de la gente, mientras en un país se estén dando signos de no madurez en el camino de plenitud del Pueblo de Dios, ahí tiene que estar nuestra voz contra el mal, contra la tibieza en la Iglesia, contra todo aquello que nos aparta de la dignidad humana y de la predicación del Evangelio.
La cruz de Jesús es la cruz de todos y es la cruz de la Iglesia como cuerpo de Cristo, que lo sigue hasta el sacrificio. Animémonos unos a otros, pensemos en aquellos que están en dificultad en nuestro pueblo: los más pobres, los presos, los que no les alcanza para vivir, los enfermos, los descartados. Y agradezcamos a Dios el poder caminar con la fuerza de la fe para servir a nuestro pueblo. Que Dios los bendiga y que la Virgen los cuide. Gracias.
«El testimonio de Mons. Romero y los cuatro beatos, nos confirma que la muerte no tiene la última palabra, que la última palabra la tiene Dios y su palabra es vida.»
Homilía de S.E.R. Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador • Solemne Eucaristía Conmemorativa del IV Aniversario de la Canonización de San Oscar Arnulfo Romero
• Templo de los Santos Apóstoles en la Ciudad de Roma • 14 de octubre de 2022
Eminentísimo Señor Cardenal Mons. Gregorio Rosa Chávez, queridos Hermanos Obispos, queridos sacerdotes, queridas hermanas religiosas y religiosos, Ilustrísimos Señores Embajadores de El Salvador ante la Santa Sede e Italia, amadísimos hermanos y hermanas en Cristo.
No cabe duda que estar aquí es una gracia permitida por Dios, una gracia inmerecida que debemos aprovechar para robustecer nuestra fe. Hace 44 años, Monseñor Romero, escribía en el Semanario Orientación al pueblo de Dios, un hermoso mensaje sobre el significado de viajar a estos santos lugares: “Quien va a Roma con fe y amor a la Iglesia, basta con el más sencillo contacto con el sucesor de Pedro para robustecer esa fe y ese amor, ya que esa sola presencia y palabra del Papa es un sacramento, ósea una señal o un instrumento de la presencia y del magisterio de la Iglesia”. (Semanario Orientación 16 de julio de 1978, pág. 2).
Pues esto mismo podemos decir nosotros. Hemos tenido la dicha de estar con el Papa, escuchar su mensaje, saludarlo personalmente, nos ha acogido con tanta bondad, nos ha iluminado con su palabra y nos ha dado su bendición. Este momento es solemne e histórico, por esta razón quiero recordar, aunque sea brevemente, ese amor acertado que nuestro amado Santo obispo, profeta y mártir Monseñor Romero estuvo a la ciudad de Roma y, por supuesto, al Ministerio Petrino aun cuando voces contrarias quisieron distorsionar esa imagen.
Quiero traer a la memoria tres etapas de la vida de Monseñor Romero: La primera se refiere a su primer contacto con la Ciudad de Roma cuando apenas contaba con 20 años de edad, puesto que San Romero estudio aquí entre los años 1937 y 1943, pero a causa de la segunda guerra mundial tuvo que volver al país antes de concluir su especialización, eso sí, regreso con la alegría de haber sido ordenado Sacerdote aquí en Roma el 4 de abril de 1942, en la capilla del Pontificio Colegio Píolatinoamericano. 37 años después escribía sobre sus impresiones juveniles sobre el amor por el Papa: “De seminarista y sacerdote, ver al Papa significo siempre para mí, una inspiración y una gracia de Dios” (Semanario Orientación, 29 de abril de 1979, pág. 3). Y más tarde cuando asistió a la beatificación del Dominico Francisco Coll Guitart, escribió que: “Esa circunstancia robustecía su espíritu, no solo con el recuerdo de mis inolvidables años vividos en el Pontificio Colegio Píolatinoamericano durante los históricos Pontificados del Papa Pio XI y el Papa Pio XII; sino sobre todo, el compartir con el nuevo Papa uno de sus actos más importantes de Su Supremo Sacerdocio y Magisterio, y afianzar el compromiso de mi pertenencia al pueblo de Dios, que peregrina bajo el signo de esa unidad del Papa”. (Semanario Orientación 16 de julio de 1979).
En una segunda etapa, cuando ya era Arzobispo de San Salvador, en medio de incomprensiones, calumnias, difamaciones y presiones, para que tomara partido: o por el gobierno y sus técnicas represivas contra el pueblo, o con los grupos de liberación; viajó a Roma, visitó al Papa Pablo VI, canonizado junto a él hace cuatro años, para pedirle su consejo y fortaleza. Su alegría fue inmensa y al regresar dijo al pueblo en su homilía del VI Domingo de Pascua: “Mi viaje a Roma, si algunos pudieron haber criticado o entendido mal, no tenía otro sentido que el de Pablo a Jerusalén, para confrontar a Pedro; con el Papa sucesor de Pedro, para ver si lo que enseño, si lo que hago está bien. Y vuelvo de Roma como Pablo volvía a Antioquía,con el testimonio de que vamos por un buen camino. No duden de mi palabra queridos hermanos, no la desfiguren. Muchos andan diciendo que yo soy presionado y que estoy predicando cosas que yo no creo; hablo con convicción, sé que les estoy diciendo la Palabra de Dios, la he confrontado su palabra y con el Magisterio”. (Homilía del 15 de mayo de 1977, San Romero).
Fortaleza con la que continuó su difícil episcopado teñido de sangre martirial, sangre de varios sacerdotes y seglares comprometidos, las acusaciones en su contra, así como tergiversación de su mensaje, no disminuyó.
En 1980 vino una vez más a esta ciudad para hablar con el Papa. El V Domingo del tiempo Ordinario al inicio de su homilía decía: “Las palabras de aliento del Papa significaron, también, para mí, un aliento, que el Santo Padre conoce plenamente nuestro trabajo y está muy de acuerdo en la defensa de la justicia social que aquí tratamos de llevar y de nuestro amor preferencial por los pobres”. (Homilía 10 de febrero de 1980). Luego aclaró: “En algunas comunicaciones, se ha querido decir, que yo decía que el Papa estaba mal informado, es falso, no lo he dicho en ninguna parte, he dicho que es una responsabilidad de todos los que llevan información de América latina, ser muy objetivos y tratar de dar una versión lo más exacta posible a los hechos, para que no tergiversen las cosas…” (ídem).
En verdad amadísimos hermanos, cuánto daño hicieron estos comentarios mostrando a Mons. Romero como enemigo de la patria; pero nuestro Santo sufrió estos ataques porque Dios infundio fortaleza en su corazón de pastor. Llenos de maldad, mientras los enemigos de monseñor Romero pensaban sin descanso en la forma de matarlo, él deseaba viajar una vez más a Roma; viaje que habría tenido lugar tres años después de su muerte para encontrarse con el Santo Padre Juan Pablo II, e informarle del pueblo de Dios en El Salvador: “No puedo esperar el quinquenio de 1983 para llevar al Pastor Supremo de la Iglesia la relación de esta vida vertiginosa de la Arquidiócesis”. (Semanario Orientación, 18 de junio de 1978, Pág. 2). Estas palabras nos permiten pensar que, a la hora de su martirio Monseñor Romero solo tuvo corazón para morir amando, amando a Dios, amando a la Eucaristía, amando a su pueblo, amando a sus enemigos a quienes nunca odió, y por supuesto amando al Papa, con quien siempre mantuvo la comunión, la misma comunión que el Colegio Apostólico tuvo con su Divino Maestro Jesús.
Hemos escuchado en la primera lectura de la Santa Misa, del Libro de la Sabiduría: “Las almas de los justos están en las manos de Dios y que los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia. Pero los justos están en paz”. En efecto es así, esto se cumple en nuestros mártires: Monseñor Romero y nuestros mártires de El Salvador. Hoy hemos venido para dar gracias al Santo Padre por la beatificación del Padre Rutilio, Padre Cosme, Manuel y Nelson, visita que coincide providencialmente este día con el cuarto aniversario de la Canonización de Monseñor Romero. Nuestros mártires han sido glorificados, cuando los mataron los asesinos pensaron acabar con ellos, como dice el libro de la Sabiduría, “Insensatos”, están equivocados, nuestros mártires viven y viven gloriosos; son ellos, los asesinos los que se esconden, no dan la cara, no dan el nombre, además viven en la oscuridad y pagaran por su crimen, sino se arrepienten y se convierten.
Eso celebramos hoy, la gloria de los mártires, la gloria de los justos. En el Santo Evangelio que se nos acaba de proclamar, de la oración sacerdotal así llamada, Cristo intercede ante el Padre por sus discípulos. Dice entre otras cosas al Padre: “Yo les he dado tu palabra y el mundo los odia porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad.” (San Juan 17). Cristo nos ha dado su Palabra, su Evangelio y esta Palabra es precisamente la que vivieron nuestros mártires de forma auténtica, más todavía de manera radical y esto los ha llevado al odio del mundo, de los que se enriquecen de la pobreza de sus hermanos, explotándoles cada vez más, y con toda clase de injusticias. Claro que la predicación de ellos causo odio, porque era la denuncia de la injusticia, pero esa misma palabra santifica a la persona mártir, la glorifica. No pide el Señor que sus discípulos sean apartados del mundo, sino apartados del mal, que permanezcan en el bien.
Amadísimos, ahora corresponde a nosotros hacer vida el Evangelio siguiendo el ejemplo de nuestros mártires, siguiendo el ejemplo de Monseñor Romero de quien hace cuatro años el Santo Padre, Papa Francisco, dijo en su homilía de la Canonización: “Monseñor Romero, quien dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y sus hermanos, que el Señor nos ayude a imitar su ejemplo.” (Homilía del Santo Padre Francisco, en la canonización de San Óscar Romero y Papa Pablo VI, 14 de octubre del 2018). Sigamos pues el ejemplo de Monseñor Romero, sumado a los hermosos testimonios de nuestros Beatos Rutilio Grande, Cosme Spessotto, Manuel y Nelson, cuya beatificación nos ha traído justamente hoy a Roma; también ellos fueron criticados, injuriados y perseguidos, hasta asesinarlos sin culpa alguna. El testimonio de Mons. Romero y los cuatro Beatos nos confirma que la muerte no tiene la última palabra, que la última palabra la tiene Dios y su palabra es vida. Que ellos sean nuestro modelo de seguimiento de Jesús y nos ayuden hacer vida el Evangelio, trabajando de lleno por el Reino de Dios, con ese espíritu que nos ha indicado su Santidad Papa Francisco, caminando con el pueblo, cuando nos dijo que: “Así como el Padre Rutilio mientras iba al pueblo fue martirizado, que nosotros también podamos acompañar al pueblo siempre y velar por sus derechos, por su bien”. (Palabra del Papa Francisco en la Audiencia a los peregrinos salvadoreños de esta mañana). Este es un buen momento para hacer propósitos firmes en favor de la verdad y la justicia, en favor del pueblo que sufre, velando por sus intereses, porque haya pensiones dignas, salarios dignos, para que se respete el derecho al agua, para que se respete y se favorezca el derecho a la alimentación, y también, por supuesto el cuidado del medio ambiente; en fin, los derechos de la persona, la libertad y de la paz, el derecho a vivir en paz, a circular libremente, y a valorar a todos por igual, porque somos hijos de Dios sin diferencia de personas, sin exclusiones, sin marginaciones, por esto dieron la vida nuestros mártires, este es el gran legado, ahora nos corresponde a nosotros hacer nuestra parte.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser fieles como lo fueron ellos, que nuestros mártires intercedan por todos y que seamos capaces de caminar en el día a día juntos, y también junto a nuestros mártires: San Óscar Arnulfo Romero y nuestros amados Beatos Rutilio, Cosme, Manuel y Nelson. Que así sea